sábado, 30 de junio de 2007

Mi Nablus. (1ª parte)

¡Cuántas veces he vuelto sobre mis recuerdos de Nablus en este último año! Mirados desde el reposo y la maduración del tiempo los días que pasé allí fueron un sobresalto en la línea recta de lo cotidiano. Por unas semanas asistí a una película de acción y aventuras, a una sucesión de eventos extremos en la que, entonces, cualquier final parecía posible. Cuando escribía apresurado para el blog mientras aquellas cosas estaban pasando, me dejé atrás mucho que contar. Ahora que hay mayor detenimiento, quiero revivir algunos momentos con mayor detalle.

Nablus es un mundillo de unos 200.000 habitantes, que fue en otro tiempo una ciudad rica y de economía urbana, pero la ocupación militar la ha rebajado a pueblo grande, precario y rural, del que miles de palestinos han emprendido la fuga. La mayor parte de los guerrilleros palestinos de Cisjordania procede de aquí y el ejército israelí la sitia desde hace años con puestos militares en cada camino o carretera (78 en junio de 2007 http://www.ochaopt.org/ /). Una gigantesca base militar a las afueras completa el asedio (Huwwara).


Centro de Nablus.

Palestinos en cola para pasar por el checkpoint de Huwwara, principal acceso a Nablus.

Mi primer contacto con esta ciudad fue el pequeño manual que la organización del campamento nos envió por Internet a cada uno de los participantes para que nos aprendiéramos las normas a observar durante nuestra visita. De dicho librito se nos demandaba atenta lectura y más tarde, durante el transcurso de la estancia, se nos recordaría repetidas veces: “¿pero no lo habéis leido? ¡si está en el manual!”. Haceos a la idea, vivir en Nablus durante unos días requería una adaptación a unas normas totalmente nuevas:

NORMAS DEL INVASOR:

Toque de queda militar a las 00:00 h. Hay que refugiarse. A medianoche las patrullas israelíes penetran por la avenida principal en sus jeeps y blindados, lanzan bombas de sonido (y no sólo de sonido) y disparan a todo lo que se mueve en la calle como “elemento sospechoso del terrorismo”. Los registros y destrucciones de casas también son aleatorios.

Obligación de traspasar la ciudad por uno de los checkpoints (puntos de control), tanto para extranjeros como para palestinos. Las restricciones son variables según el libre arbitrio del mando militar invasor: Existe mayor permisividad para los extranjeros que para los residentes palestinos. Asimismo, la categoría local puede subdividirse, de modo que si un día se prohíbe el movimiento a varones de entre 18 y 30 años, al día siguiente y sin previo aviso se puede extender a todos los varones sin distinción de edad.

Todos los camiones que transportan mercancías están sujetos a inspecciones en el checkpoint de Awarta. Eso sí, los camiones y productos israelíes disfrutan de mayor movilidad, lo que como podréis imaginar condiciona en el sentido querido por el invasor la elección de los productores y transportistas locales. Durante los períodos de máxima alerta de seguridad, el invasor echa el cerrojo al checkpoint. ¡También en los días festivos judíos! La OCHA estima que el checkpoint estuvo cerrado durante el 57% del tiempo total en el año 2006.


Caravana de camiones que aguarda para traspasar el checkpoint de Awarta.


Camión de helados palestino circula por las calles de Nablus.

NORMAS CULTURALES:

Sobre todo concernientes al contacto físico entre hombres y mujeres, que debe ser discreto. Según nos advirtió la organización del campamento, un beso en público podría degenerar en un asedio con piedras de todos los vecinos al colegio-sede en el que dormíamos. Quizás exageraban (de hecho pasó lo primero, pero no lo segundo), lo cierto es que en Nablus el peso de la religión y las costumbres se siente más que en ningún otro lugar de Cisjordania; se nota al andar por la calle, donde no es fácil ver mujeres sin compañía masculina, y aún más difícil que no cubran con velo sus cabezas. Como siempre, a mayor pobreza, mayor conservadurismo y radicalización fundamentalista, tal y como pasa en Gaza. Por otro lado existe un parque muy curioso, The family park, diseñado para el disfrute familiar, al que está prohibido el acceso de hombres sin compañía femenina. Las mujeres, sin embargo, sí pueden pasear por él sin trabas. Por supuesto, las normas de vestimenta ocupaban un lugar muy especial en el manual, con prohibiciones que siempre eran más severas para las mujeres que para los hombres. Como imaginaréis, no sólo se hablaba de escotes o minifaldas, sino del máximo recatamiento y respeto posible a la sensibilidad local.

NORMAS DE LA ORGANIZACIÓN DEL CAMPAMENTO:

Por si fuera poco, aún regían más normas nuestra conducta: no salir a la calle sin la compañía de un palestino, pedir permiso para esto o para lo otro... Por supuesto, a las 00 h hay que refugiarse antes de que comience la tormenta...

Tormenta de pólvora, claro. El calor y la humedad de Nablus llegan a ser asfixiantes hasta para los voluntarios “del sur” (sur de Europa), sin embargo el fenómenos meteorológico que hace peculiar a Nablus es esa continua traca de pólvora que contamina el ambiente. En el blog anterior ya dije que estar en el centro de Nablus es como sumergirse en un caldero hirviendo.

Las continuas explosiones y disparos, y las noticias de guerras vecinas me sacaban de la realidad temporal cotidiana, en la que las horas pasan unas tras otras sin mayor preocupación. En Nablus cada minuto, cada segundo se llenaba de intensidad, como si fuera a ser el último. Ahora bien, no os imaginéis que los voluntarios vivimos a cada instante con el corazón en un puño. Todo lo contrario, lo surrealista de Nablus consistía en el esfuerzo infinito de los organizadores por transmitirnos calma en medio del incendio. Mientras todo ardía a nuestro alrededor, nos dábamos un baño en un hamman turco, mientras el terremoto militar arrasaba la ciudad, nosotros jugábamos al ping pong...


Fumando narguileh en un baño turco del casco antiguo (hoy semidestruido a causa de una operación militar israelí el 25 de febrero de 2007)

El primer día me pasó lo siguiente, cuando estalla la guerra en Líbano: es de noche y por toda la ciudad se escuchan disparos al aire, que retan a los cercanos soldados a que esta noche se atrevan a adentrarse en la ciudad. Mi grupo, disperso, viene de cenar, por las callejuelas estrechas del centro, y se dirige al autobús. En esto, se cruza en mi camino un chaval no mayor de 16 años con una pistola en alto que dispara furioso a mi lado. Mi corazón también se dispara. Contengo la respiración y continúo mi camino, deseando salir cuanto antes del campo de tiro de aquel adolescente. A mi lado, Huda, una chica de Londres, ha visto lo mismo que yo y avanza aún más rápido con lágrimas chorreando por las mejillas. Cuando alcanzo el bus, mi retina sólo retiene el impacto de lo sucedido minutos antes. Un voluntario palestino se sienta a mi lado, y como si estuviéramos tomando café o sentados en la playa va y me pregunta “¿y tú Fernando, cuántos hermanos tienes?”.

Otro día, ya casi al final de nuestra estancia, por confianza temeraria, me encuentro en medio de las calles de Nablus, acompañado de algunos de los voluntarios españoles y sin palestinos. Estamos violando las normas del campamento, pero la sensación de control después de varias semanas se hace muy pesada, casi insoportable y necesitamos escaparnos durante un rato por las calles ya oscuras de la ciudad. Un chaval joven se me acerca y me dice algo en árabe que no logro entender, tiene el brazo vendado y en su rostro la mirada del guerrero palestino. Aquella mirada que vi por primera vez el año anterior en Jenin. En aquella ocasión se trataba de Zacarías, un héroe nacional palestino. De él decían que había logrado escapar hasta en nueve ocasiones de redadas israelíes y que había matado a innumerables soldados. Zacarías tenía 29 años, y se movía con su fusil entre las sombras, siempre fugitivo, una pesadilla para el ejército de Israel. Su mirada era la misma que la de aquel chaval que tengo ahora a mi lado; no sólo eso, los dos hablan con idéntica serenidad pasmosa, como en una burbuja, al margen del torbellino y agitación que parece vivir el resto de los mortales. Se diría que ambos han dado un paso irreversible, enfilando la muerte, pero están todavía entre nosotros, y por eso se deslizan con esa quietud, como si hubieran encontrado la paz en vida. Se me pasa por la cabeza en este momento, que este chico que sin darme ninguna explicación se ha puesto a andar a mi vera, se trata del único superviviente de la matanza de días anteriores en la que varios palestinos armados se enfrentaron a soldados israelíes. La gente nos lo había dicho, “¡sólo ha sobrevivido uno, y cuando se fueron los soldados, salió de su escondite con los brazos en alto y la señal de la victoria!”.

Esta imaginación mía la quiero contrastar y le pregunto en inglés si él es aquel que yo me figuro que es. Sin embargo, el chaval no habla ni una palabra de ese idioma. Aún así, necesito aclarar mis suposiciones y prosigo mi investigación chapurreando las pocas palabras de árabe que sé junto con la universal ayuda de la comunicación no verbal. Y como sospechaba, él me asegura que había salido con vida de la batalla de hacía unos días y que su herida en el brazo se debe a ese enfrentamiento. ¿cierto o mentira? Ya nunca lo sabré, pero lo que sí es muy cierto es el nerviosismo que se enciende en mí en este momento. El hombre más buscado en todo Nablus a mi lado, ¿qué pasa si aparece un jeep israelí por la bocacalle de enfrente y nos fulmina a los dos? ¡Ay, ay, ay! Aligero el paso y le digo adiós al espectro que se ha pegado a mí como mi sombra, me uno al resto del grupo y propongo entrar en un sitio para comer que aún está abierto. Miro hacia atrás, el chaval ha desaparecido para siempre.



El punto iluminado en mitad del asfalto es una barricada de fuego. La foto está tomada minutos antes de la medianoche desde la puerta del colegio donde nos alojábamos los voluntarios masculinos.

A pesar del miedo, mi Nablus no se entiende si no se contraponen estos momentos de tensión con otros radicalmente distintos: los gritos de verdadero júbilo de los niños del campo de refugiados cada mañana cuando bajan del autobús esos extranjeros que vienen a jugar con ellos; las vistas preciosas de la ciudad desde las colinas que la bordean donde, paradójicamente, tan cercanas, reina el silencio y la paz; o de noche el baile folclórico palestino, el dabkeh, en grupo, cogidos de la mano, hay que seguir con las piernas una coreografía marcada por uno de los miembros del coro. Estos contrastes tan fuertes parecen hacer de la vida una experiencia trepidante, algo más intenso y apasionante. ¿será entonces que la alegría alcanza niveles más altos si se vive entre el dolor y la pena? ¿acaso la vida se disfruta más si se mezclan las experiencias? ¿un poco de amargura y un poco de felicidad, para no malacostumbrarse a una u otra? De lo que no cabe duda es de que si a los martirizados palestinos se les diera a elegir entre una vida así y otra, apacible y reposada, lógicamente escogerían la segunda. Ahora bien, los palestinos, muchos sin saberlo, gozan de un tesoro interior, un bien muy escaso en el mundo del que yo vengo: dejando a un lado las desgracias, las personas se hacen distintas en estas situaciones trágicas, más buenas, más valiosas. Y el día a día una aventura, una lucha con un sentido, algo más especial.


Niños del campo de refugiados de New Askar.

Clase de dibujo y pintura en el centro social del campo de refugiados. Los niños diseñan su propia careta con su animal preferido.

Atardece en Nablus. Vista del valle desde las colinas.

5 comentarios:

...y volverán dijo...

¡Qué recuerdos! ¿Verdad?

No hay día que no pase sin echarlo un poquito de menos.

Lo que has escrito deja bien claro esa sensación extraña de surrealismo y normalidad al mismo tiempo que se vive allí.

Has puesto el ejemplo de aquella noche cuando salíamos de cenar... ¡¡Pues si hubieses visto a Huda dormir encima de las mesas del comedor porque tenía miedo de una cucaracha que había visto corriendo por el suelo dos minutos antes!! Lo gracioso está en que, mientras ella estaba subida a las mesas con su saco de dormir, el resto de las chicas estábamos detrás de las mesas, agazapadas en el suelo (¡no os acerquéis a las ventanas, pueden estallar!), escuchando cómo el ejército israelí bombardeaba la moqata...

Otro momento para el recuerdo!

nandocrak dijo...

Jajaja, esa anécdota de la cucaracha no la conocía. ¡Por el colegio de los chicos también recibimos la visita de inquilinas de esa especie! :D

P.D: por cierto, al final alguna que otra ventana estalló. ¿te acuerdas de la de la sala de abajo del colegio de las chicas?

...y volverán dijo...

Que si me acuerdo... Tengo las fotos en casa. Lo bueno fue que ocurrió justo cuando estuvimos en Jerusalén aquel fin de semana en que POR FIN los soldados israelíes abrieron el checkpoint de Huwwara y nos dejaron salir de la ciudad. (Si te refieres a la sala donde dormían nuestras dos 'compis' españolas - por aquello de no poner nombres - ;) )

Y yo preocupada por si no era seguro dejar Nablus... jejejeje

¡En Palestina nunca se sabe dónde se está más seguro!

nandocrak dijo...

No, no, yo me refería a la cristalera de la puerta grande que daba al patio, donde quedaban por fuera las canastas y porterías de fútbol y por dentro la mesa de ping pong. Aquella se cayó un día entre semana, por la mañana mientras estábamos en el centro social con los niños, si recuerdo bien.

...y volverán dijo...

¡Es verdad! También esa se rompió!!

Pero a mí me sigue impresionando más la de la 'habitación' de las chicas... Una ventana enorme de colegio sacada de cuajo hasta la mitad de su hueco en la pared. Para verlo. Esa sí fue cuando estuvimos en Jerusalén el fin de semana y tienes razón en la de la sala de abajo, que fue mientras estábamos con los niños en Askar.

Por cierto, ¡les volví a ver cuando estuve en Abril! En el blog he colgado un mini-vídeo con la actuación de Islam y los otros chicos de Sirk Saghir. A los críos le encantó.

Palestine Blogs - The Gazette