martes, 3 de julio de 2007

Mi Nablus (2ª parte)

La vecindad de Nablus no puede salir a la calle de noche. Hay unos gamberros que se lo impiden y que a veces entran por la fuerza en sus casas, lo tiran todo al suelo y se van sin más. Nadie pide perdón, nadie lo denuncia. Una noche más de ocupación...

Son las doce y media de la madrugada y fuera en la calle se libra una batalla campal. Anoche un rebelde local mató a un soldado israelí. Hacía tiempo que no ocurría aquí en Nablus y por si fuera poco, al parecer, este tipo era el hijo del comandante de la región militar y se habla de que la venganza de los soldados será más cruel que de costumbre. Después de un día de tensa espera y de varias falsas alarmas el castigo se materializa a la hora de dormir en forma de ruido ensordecedor: música de guerra a todo volumen para que nadie pueda conciliar el sueño. Cuando todo comienza yo estoy en mi cuarto charlando con otros voluntarios, distraidos, ya nos hemos olvidado de la amenaza. De repente, algo explota muy cerca de nuestra escuela y hace que las paredes tiemblen como cartulina. No imaginaba que la onda expansiva de una bomba pudiera llegar a sacudir de forma tan violenta muros de hormigón. Espantados, salimos al salón central, donde todos los voluntarios se han concentrado. Los palestinos que duermen en nuestra escuela tratan de restarle importancia a lo que sucede ahí fuera, “¡es así todas las noches!, ¿por qué ésta va a ser diferente? Vosotros cerrad las ventanas y no se os ocurra asomaros, ¡no temáis, mañana saldrá el sol a la misma hora, como siempre!, ¡venga, vamos a echar una partida de ping pong!”

Pero lo cierto es que les cuesta disimular su nerviosismo y dan vueltas de un lugar a otro, con el móvil pegado a la oreja, se apartan del grupo para hablar con alguien en otro punto de la ciudad. La intensidad del combate de esta noche debe de ser inusual hasta para ellos. A juzgar por el ruido que viene del exterior, se podría pensar que la ciudad entera se va a venir abajo. El concierto de bombazos es intermitente pero las ráfagas de disparos son continuas. Sin embargo lo que más me asusta son algunos balazos sueltos que se escuchan a muy pocos metros, parece que proceden de la callejuela colindante. Quizás algún vecino ha cogido una pistola y se ha puesto a pegar tiros desde su ventana, ¿o quizás se trata de un rebelde que pretende refugiarse en nuestro edificio? Puedo distinguir perfectamente el clic, clic de un casquillo cayendo al suelo del patio central. Al poco entre las deflagraciones consigo adivinar el ligero chorrear de un líquido vertiéndose sobre el cemento de la cancha de baloncesto. Los soldados han disparado al tanque de agua del techo y el patio se nos comienza a inundar.

Llamo al móvil de Isa. Esto que está pasando no figuraba en el guión. Mi peli de Nablus toma por momentos unos tintes de cine entre bélico y de terror bastante inquietantes. Ella está bien, en su escuela con el resto de las chicas y me dice que esa noche ningún palestino se ha quedado con ellas. Están bastante asustadas. Entre su colegio y el mío hay unos cuatrocientos metros de separación y la gran avenida que secciona Nablus en dos por la que seguramente habrán entrado los tanques israelíes camino del centro. En una pausa de la batalla podemos distinguir un avión que amenaza desde el cielo y como estamos al tanto de las monstruosidades de Beirut nos tememos lo peor.

Por fortuna no pasa nada parecido a lo del Líbano. La batalla dura varias horas y yo sólo consigo dormir cuando llega el amanecer y nada más que se escucha algún disparo perdido de tiempo en tiempo. A oscuras, tumbado sobre mi colchón, me paso toda la noche en vela, pensando. Por la mañana salgo a la calle, profundamente aliviado no doy crédito a mis ojos. Todo sigue en pie a mi alrededor, el tráfico en la avenida igual de alocado que siempre y la gente del lugar de un lado a otro, sin gestos de alarma, protesta o indignación. Al parecer, la mayor parte de las detonaciones que he escuchado la pasada noche han sido acústicas. Es decir, ¡lo que me había hecho temer por la destrucción de la urbe y de todo rastro de humanidad en el exterior había sido causado por meras bombas de sonido con el único fin de impedir a los nablusíes el reposo necesario!

Pienso en cómo esta pobre gente puede soportar esto noche tras noche; pienso en por qué nadie hace nada para evitarlo. También me espanta pensar en esos vampiros nocturnos que entran en Nablus desde sus alrededores. ¿Cuál es el sentido de su procesión de muerte por la ciudad?, ¿acaso se trata de acciones necesarias para la seguridad de los israelíes? Escondidos para la gran mayoría, estos métodos de tortura colectiva recuerdan al racismo del apartheid sudáfricano o a los guetos genocidas de Hitler. Nablus, la caldera del norte de Cisjordania, es cocinada noche tras noche al gusto de Israel. La noche que acabo de relatar, el cocinero calentó al punto de ebullición el miedo y el odio de sus miles de habitantes. Cualquier otra quizás los achicharre, pero esta vez no sólo de miedo. Cada noche de ocupación que pasa significa perpetuar el abuso e incubar aún más odio. Si la sensatez y la cordura mandaran en este loco mundo la ocupación se habría acabado a la mañana siguiente de la noche en que comenzó.

La pesadilla de aquella noche (18 de julio de 2006) no acabó sin embargo de forma incruenta. Esa misma mañana nos enteramos de que el ejército de Israel tenía tomado un barrio entero de Nablus. Sitiaban un complejo de edificios gubernamental (la Moqata) en el que se habían refugiado varios milicianos palestinos. Al Jazeera retransmitía en directo la noticia y atónitos presenciamos cómo un soldado disparaba a sangre fría al cámara. Varios residentes de la zona también resultaron heridos de bala. Los balances de muertes, siempre confusos, hablaban de entre seis y nueve muertos. El ejército se marchó a los dos días, después de haber tumbado por completo aquellos edificios, reduciéndolos a un mar de escombros. Además, tomó como prisioneros "sospechosos" a decenas de residentes, que sólo regresarían a Nablus tras varios días en los que no se les garantizó ninguno de los derechos procesales básicos.



La tarde que el ejército abandonó la ciudad cientos de habitantes de Nablus se acercaron para contemplar las ruinas de la Moqata.



Al parecer uno de los combatientes palestinos salvó la vida de milagro. Según nos contaron, los soldados israelíes pusieron todo el empeño en derribar hasta el último muro que quedaba en pie, sin embargo, no se molestaron por encontrar a un chaval de Balata (uno de los campos de refugiados de Nablus), que se refugió en los sótanos de la Moqata y ascendió victorioso de este hoyo.

Los soldados desalojaron este bloque de pisos situado enfrente de la Moqata y varios francotiradores se colocaron en las ventanas. No sólo apuntaban a los milicianos sino a cualquier vecino que se aproximase al lugar.


Todo el mobiliario urbano de las calles más próximas a la Moqata fue arrasado por los tanques israelíes.

Las detonaciones efectuadas por los soldados no contemplan ninguna medida de control o seguridad. La onda expansiva era tan potente que destrozó numerosos cristales de edificios que estaban a más de un kilómetro de la Moqata, como es el caso del colegio de las chicas, donde tomamos esta foto de una cristalera que cedió sin causar heridos afortunadamente.

En el vínculo de aquí abajo podréis leer "It´s our life" (en castellano), el relato que escribió aquellos mismos días Silvia Cattori, una periodista suiza sobre las noches de fuego en Nablus.

http://www.voltairenet.org/article142295.html

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